El palenque
Nosotros nunca habíamos visto caballos en nuestra corta vida. Éramos solo niños de pueblo, en mi caso creo no haber tenido más experiencia que contemplar esos ponys que suelen vestir de prendas muy llamativas y cargados como un Ekeko de monturas, y bozales con espejitos, en alguna plaza de capital federal
Ahora que lo pienso bien, creo haberlos visto en la entrada del zoológico de Buenos aires. Pero esto era distinto, aparecieron una mañana como si siempre hubieran estado allí en el corral, que un par de días antes, armaron esos hombres vestidos de gauchos que quien sabe de qué pampa venían. Serian unos treinta caballos, bellas criaturas parientes de aquellos que soltó Pedro de Mendoza en 1536.
Lo primero que me acorde es que los caballos pateaban, lo que no sabía era si con las patas de adelante o las de atrás, estos y otros tantos interrogantes de a poco se fueron disipando, y fuimos aprendiendo las artes que rodean al mundo de los equinos. La pequeña barra que se disponía a acercarse cada día un par de metros más al corral, hasta terminar dentro del mismo dándole alfalfa en la boca a esos nuevos amigos de cuatro patas, éramos; el chilenito, José, Guillermito Andrade y Yo. Niños curiosos y fascinados por este nuevo mundo caballar que llegaba para quedarse y formar parte de nuestras vidas por algunos años. No nos costó mucho entablar conversación con los paisanos que traían esa novedad a nuestras apacibles rutinas. El dueño de la tropilla era Don Jaime Aredes y Ramón el Paraguayo su peón ayudante. Verlos montados encima de semejantes corceles, con estampas de centauros eran sensaciones que solo habíamos experimentado en la lectura de cuentos o peliculas, pero esto era real y en frente nomás de casa. Don Jaime nos fue desasnando de a poco, en cuestiones de este oficio criollo, que esto es un recado, que aquello un rebenque, y esto otro un cabresto. Que la tropilla venía de campo adentro, cruzando lagunas y cangrejales, y en el lote llegaba algún potro también, que se llama doma y no jineteada, que solo se jinetean los caballos rebeldes que no se dejan amansar y que los paisanos los llaman reservados, como aquel tordillo famoso "El Zorro" más de 80 montas invictas a la fecha, y hasta algún jinete había perdido la vida en la "Topada". Como si lo que venía aconteciendo fuera poco, a los pocos días llega la invitación de Don Jaime de acompañarlos unas cuadras montados, cuando los caballos se iban para el palenque. Como describir? la sensación de elevarse desde el suelo al estribo y desde el estribo al lomo de algún animal de aquellos, y empezar a ver el mundo desde el doble de nuestra estatura, era sin duda achicar el mundo y agrandarse uno. Era sentirse un poco El zorro o el llanero solitario, o inventarse algún personaje propio que solo el hecho de andar montado le daba una imponente superioridad. Todo esto imaginado en el transcurso de dos cuadras, lugar que debíamos bajarnos por no haber pedido permiso a nuestros padres, pero que "mañana" si completaríamos todo el recorrido de la cabalgata hasta el palenque.
Al día siguiente fue despertarse y pelarse para el corral ,como para ver si todo estaba allí como el día anterior o había sido solo un sueño, pero no, afortunadamente era muy real, al llegar pudimos ver como Ramón llenaba los morrales con la ración de maíz y Don Jaime bombeaba a mano el agua para el bebedero.
Así fueron todos los días de aquel verano, la rutina era levantarse y al corral, ayudar con lo que se pudiera y presenciar todas las actividades de manutención de caballos, desde el desvasado o el tusado, que no es otra cosa que el corte de uñas y pelos, el cepillado o la aplicación de alguna vacuna con vitaminas. Luego el ensille de monturas estilo inglés o el recadito criollo, que como era muy pesado lo íbamos armando por partes, primero la sudadera, luego el mandil, los bastos y encimera, (era los más trabajoso), el cojinillo de oveja y por último el cinchón, casi siempre nos ayudábamos entre dos, en general el chilenito y yo, y la otra yunta José con Guillermito.
Al segundo día en vez de dos ,fueron cuatro cuadras y al tercero las treinta que distaban del corral al palenque , el mismo solo constaba de un alambre atado de un árbol a otro, a distancia de cuatro o cinco metros donde se ataban de la rienda los veinticinco caballos que alquilaban, de los más variados pelajes, y allí por dichos de Don Jaime supimos de tobianos, zainos y overos, de alazanes y tostados, según el color de pelo de cada animal, si tenía una lista blanca en la frente, de la crin al hocico, era un malacara, pero una franja que le llegara de ojo a ojo lo convertía en un pampa. De estos temas camperos y otras cuitas se componían las amenas y jocosas charlas de las tardes en el palenque. No faltaría el fogoncito que mantenía la pava a tiro para el infaltable mate, acompañado por galletitas compradas previa vaquita cooperativa. A veces era motivo de disputa entre nosotros, definir a quien le tocaba llevar algún caballo de tiro, al paso nomás con algún jinete inexperto o algún niño chico que no se animaba a andar solo, con gusto encarábamos la tarea ilusionados por la posible propina a recibir. Cuando la tarde amagaba con el aburrimiento, no faltaba alguno que se subiera en pelo algún petiso y le metiera las "patas en las verijas" transformando un manso animal en una bestia que se estremecía en endiablados corcovos y bestiales patadas al aire. Si había quien aguantase tres o cuatro saltos seguidos Don Jaime lo ponderaba con un "qué hombre jinete “o un "que garrones che"
Pero un buen día por lo "flojo" de la temporada en materia de alquiler, Don Jaime y Ramón el paraguayo nos anoticiaron que se volvían al campo y que hasta "el año que viene" no volverían por acá, que le cuidáramos corral y casilla, y con un "hasta la vuelta" apenas, se daba por terminada la historia.
Fueron duros esos días sentados con los pibes cerca del corral y rememorando nombres de caballos y anécdotas de todo tipo, "te acordás cuando quisiste ensillar al pin", petiso viejo y mañero, y" te mordió el brazo", recordaba José, con risa burlona, y cuando se te aflojo la cincha y "el muñeco" dio vuelta el recado y no paraba de corcovear solo por lo médanos, en esa charla estábamos cuando al chileno se le ocurre que podríamos ir al campo de visita, y en un cruce de miradas cómplices y con cierto temor por la empresa sugerida, empezamos a degustar el posible plan. Esta labor planificadora nos llevo algunos días, no porque resultara complicada la concreción de la anhelada visita, si no por la temerosa duda que no nos dejaba tomar la decisión final, de perpetrar la aventura. Sabíamos qué camino tomar y contábamos también con la información que después del monte grande que estaba cruzando la segunda alcantarilla se debía entrar en la primer tranquera de la derecha.
ya habíamos empezado la clases, por suerte todos íbamos de turno mañana lo que nos daba la posibilidad de poder realizar el viaje los cuatro juntos. Solo nos restaba decidir si pediríamos o no permiso a nuestros padres, optamos por no decir nada, por temor a una negativa, y después de un cálculo estimativo de tiempos, dedujimos que en cuatro o cinco horas a más tardar estaríamos de vuelta, nos tranquilizaba el hecho de que esa cantidad de tiempo era habitual en nuestras salidas por el barrio, pero nos atemorizaba el hecho de salir a un camino nunca transitado y hacia un paraje totalmente desconocido. Hasta que una tarde reunidos se tomo la decisión de concretar el plan de esta cofradía de cuatro jinetes.
Llegaríamos de la escuela y después de almorzar cada uno a su bicicleta y a conocer de una vez por todas el tan ansiado campo de Don Jaime donde nos reencontraríamos con nuestros queridos pingos que ya extrañábamos demasiado
Con un pequeño mapa trazado en hoja de cartulina, una tarde salimos en nuestras sendas bicicletas, primero tomamos la ruta hasta el cruce con el camino de tierra que serian unos ocho kilómetros, al doblar empezó a perseguirnos un gran polvaderal provocado por los rodados de nuestras bicis al pedalear, esta nube de tierra se incrustaba en nuestros transpirados rostros lo que nos fue dando una imagen de bandidos. Habremos hecho un trecho de otros ocho o nueve kilómetros cuando nos topamos con el monte grande de talas del cual ya teníamos referencia, otro pequeño tramo y ya estábamos en la tranquera de entrada, Levantando las bicis por encima de el alambrado seguimos el camino ya dentro del campo, Poco falto para que una variada población de animales nos rodearan con curiosas y desconfiadas miradas, por aquí un par de ovejas más allá caballos salvajes y cerraba la trilogía una grupo de vacas Holando-argentino, que son las blancas con manchas negras. Todo transcurría bastante tranquilo hasta que apareció el líder del grupo vacuno, un Toro negro con cara de pocos amigos ,desafiante y tomando cada vez más velocidad se nos fue acercando, cuando nos quisimos dar cuenta íbamos los cuatro pedaleando al límite y el toro bufando atrás nuestro “superenojadisimo”, nosotros habíamos clavado la vista en la próxima tranquera y descargábamos la poca energía que nos quedaba en las piernas pedaleando, y presintiendo los cuernos del animal queriendo hacer blanco sobre nuestras espaldas. En ese tren estábamos cuando el chilenito en un acto de heroísmo se atrevió a mirar atrás y nos dio la voz de alto avisando que el toro ya no nos perseguía.
El ladrido de unos perros nos anunciaban una casa o paraje cerca, efectivamente al doblar la curva que rodeaba un montecito pudimos divisar la casa De Don Jaime. Una decena de perros colis salieron a dar la bienvenida y con ellos Ramón el Paraguayo con un asombrado gesto al vernos llegar, como suele suceder en los alejados parajes de la llanura cuando alguien cae de visita es todo un acontecimiento y así también fue en esta ocasión. Ramón nos contó que Don Jaime andaba de Viaje y él se ofreció a mostrarnos la granja.
Contentos empezamos a recorrer los corrales donde ya estaban encerrando las lecheras para ordeñar al otro día, los gallineros, él corral de los chanchos, la Talabartería, lugar donde se confeccionan la monturas y todo los elemento de cuero para los caballos( Lazos, cabrestos, estribos de suela etc)
Para nuestro desencanto, Cuando Preguntamos por nuestros queridos amigos de cuatro patas nos dijeron estaban sueltos en el campo por lo cual no pudimos verlos.
Entre los paseos y las charlas se fue pasando la tarde y el sol pintaba un cielo anaranjado hacia el poniente, lo que empezó a preocupar a Ramón recomendándonos que ya emprendiéramos la vuelta.
Se ofreció acompañarnos hasta el camino y así lo hizo cuidándonos de la posible aparición del toro o cualquier otro peligro, pero ya en la tranquera se tuvo que volver porque no podía dejar el puesto solo, fue ahí cuando tomamos conciencia de la hora, estaba anocheciendo y todavía nos quedaba mucho por recorrer para llegar a casa.
Al otro día nos enteramos la preocupación de nuestros padres que movieron cielo y tierra para encontramos, la cara de alivio que pusieron cuando nos vieron llegar devastados de cansancio y con un manto de piel oscuro de tierra que nos cubría de pies a cabeza. Que susto le dimos, prometimos avisar con tiempo sobre futuros viajes
Martín Echeverría
El encuentro
(Cuento para niños de 7 a 9)
Le llamó la atención su pelo largo y rubio,su tonadita y que tomaba mate,le preguntó...
cuanto años tenés?
-nueve -contestó el niño-
ya tomas mate?
-no no es mate,es tereré.-
(tereré) el negrito nunca había escuchado esta palabra,pero no se sorprendió,ya que el sabía muchas otras. que cuando las decía más de uno se le quedaba mirando sin entender,quizás por eso se sintió bién de entrada con aquel niño,a pesar de que eran muy distintos..
tereré? ahá y es ríco? preguntó curioso el negrito.
-si,es como el mate pero frío,se le puede poner limón y también azúcar.se lo toma con hielo bien fresquito-comento el niño rubio.
y tú ,como te llamas?,
yo Raymundo pero me dicen negrito.vengo del norte,tengo ocho-
ah yo también,de que parte?
de la quebrada,cerquita de Humahuaca,
ah yo soy de Montecarlo,Misiones, cerquita de la selva,
selva?mentira..(dijo con desconfianza) selva con leones y todo?inquirió irónico el negrito.
no leones no hay pero ,aunque yo no lo vi dicen que hay yaguaretes,que son muy parecidos a los tigres.
a esta altura de la charla el negrito se dio cuenta de dos cosas,primero que ese niño era como él,que era distinto a otros del lugar,que contaba cosas parecidas,por lo raras a sus propias cosas,(las cosas de su tierra,que para él no eran nada raras,pero a otros chicos así les resultaba a veces.)y le dieron ganas también a él de contar algo que lo impresionara,y la segunda es que no le había preguntado su nombre.
y tu como te llamas rey de la selva?
ja ja,no te burles,me llamo Andrés,como Andresito Guacurari.
quien es?
era,un paisano nuestro,que defendió nuestra tierra hace muchos años.
pero al negrito ya le había parecido suficiente lo escuchado para calmar su curiosidad,y ahora quería contar algo de su tierra para sentirse importante ante su nuevo amigo.
no sabía bien que decirle,entonces se le ocurrió invitarlo a sus casa,para mostrarle un instrumento musical que le había regalado su abuela antes de morir.
Andrés cruzó un pequeño médano de arena y ya estaba en su casa dejó su jarra y su tereré y pidió permiso a su madre que estaba lavando ropa.
solo tuvieron que caminar un corto trecho,dos cuadras de la playa que es donde se encontraban ahora.entre graznidos de gaviotas y el leve rugido del mar,en una apacible mañana de abril por las costas Ostende,un viejo balneario de la costa atlántica Bonaerense.Por el camino se entretuvieron con un panadero,esas florcitas blancas de alguna planta playera, que suspendido en el aire parecía esquivar sus manos cuando querían capturarlo-y entre risas y carreras(uno a pie y el otro en bicicleta playera,que iban alternando en tramos de treinta o cuarenta metros)
cuando llegaron a casa del negrito,su familia estaba reunida al lado del horno de barro haciendo pan con chicharrón.mientras Andrés se presentaba sólo a los familiares de su nuevo amigo,el negrito entro en la casa y por poco la da vuelta buscando el instrumento,hasta que por fín la encontró en un ropero junto a unos ponchos de vicuña.volvió al patio agitado y ansioso por mostrarle a su amigo alguito de su querida tierra.
mirá Andrés..! esto es una caja bagualera,me la dio mi abuela,ella era bagualera y muy conocida en la quebrada.le pidió a su padre que también cantaba y tocaba que interpretara algo para su amigo.
cantece algo tatita! -
esta cajita que tóco
tiene boca y sabe hablar..
solo le faltan los ojos
para ponerse a llorar...
esta copla popular y otras canto el papá de Raymundo,dejando impresionado al niño rubio,que a su vez rapidamente invitó al negrito que lo acompañara a su casa donde guardaba un cd de un tío que también era músico,tocaba Chamamé,con el acordeón y ya había grabado un disco.
y así se fueron dando las tardes,tardes de juego y amistad. se había armado una especie de competencia por contar cosas originales cada uno para impresionar al otro,lo que los llevaba a veces a exagerar bastante los verdaderos hechos que narraban.Mientras Andresito contaba sobre los ríos más largos del mundo y de selvas encantadas en donde se podía entrar pero no salir,Raymundo le contaba sobre cerros de catorce colores y plantas mágicas que te hacen vivir doscientos años.
la historia que más lo cautivo al negrito fue la de un duende que tiene un silbido mágico y que imita el canto de los pájaros pero que hipnotiza a los niños que luego de encantados se los lleva hacia el monte y quien sabe que cosas les hace,le dicen el yasí yateré y hay que estar muy atentos sobre todo a la hora de la siesta.Andresito en cambio quedo muy impresionado sobre la leyenda del Familiar,un perro grande que aparecía en las plantaciones de caña de azúcar de Tucumán y que era desgracia segura para los trabajadores de los ingenios si tenían la mala suerte de cruzarlo en su camino,historia que el negrito había escuchado en su región aunque hasta allí no llegaba por suerte.
Andrés le regalo un collar de semillas de chivato y de pindo,(semiillas naturales de la selva misionera) que guardaba,recuerdo de un artesano de su provincia y fue correspondido por Raymundo con un chas chas instrumento de percusión hecho con pesuñas de Cabra.
Muchas veces se habían sentido vergonzosos de contar su origen, de donde venían y sobre sus costumbres,en la escuela o cuando se encontraban con los chicos en el club ,pero este encuentro los había ayudado a darse cuenta de todo lo lindo que tenían .a partir de ahora ya no se sentirían con ganas de esconder sus costumbres, sus historias,su forma de hablar, su cultura.
Se hicieron íntimos amigos y se prometieron mutuamente llevar cada uno al otro a conocer su tierra natal cuando sean grandes.
Martín Echeverría